Alejandro Zambra
(Santiago de Chile 1975), nos presenta su primera novela, Bonsái, que,
más que una novela al uso, o más que un cuento (ya que tiene algo más de
noventa páginas, en formato bolsillo), es un resumen, unos apuntes de lo que
podría ser una novela. Y esto sucede porque Alejandro Zambra va al centro del
asunto, no se anda por las ramas, no articula paja sobre líneas, sino que se
centra en la narración con una precisión en los hechos que le otorga una fuerza
desmedida.
Poeta joven y
reconocido en su país, en esta primera novela nos habla de lo precario del ser
humano y sus convicciones, aunque, como un bonsái, la debilidad que aparenta es
sólo eso, apariencia, ya que nunca terminan de resquebrajarse esas ramas
delicadas y frágiles.
Julio y Emilia
viven una historia de amor común, manida en la literatura, y ese es el acierto
del escritor chileno, convertir la cotidianeidad en algo distinto. Y lo
consigue por la falta de sentimentalismo hacia sus personajes, a los que
despoja de toda artificialidad literaria. Los utiliza como vehículo de su
narrativa, como si estuvieran ahí únicamente por la casualidad del texto, para
profundizar en las relaciones personales, en la mentira, ya que es mentira que
ninguno de los dos, tal como afirman, hayan leído a Proust. Pero el amor
permanece, aunque distinto, evolucionado (que no mejorado), ya que tras la
separación de la pareja Emilia viaja a Madrid, donde se suicida, aunque de esto
Julio se entera dos años más tarde.
Con todo esto,
podemos decir que el verdadero aliciente de la novela es el estilo de Alejandro
Zambra, su inconformismo literario, su transformación de lo narrado en una
cruda realidad, en la realidad misma de vivir un espejismo, como un golpe
certero en esta forma tan personal de literatura.
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