sábado, 14 de abril de 2012

TODAS LAS VOCES MENOS LA MÍA



El imitador de voces, de Thomas Bernhard (Heerlen, 1931 – Gmunden, 1989), bien podría ser una antesala de su literatura, un marco propicio para adentrarse en su mundo fascinante. En algo más de un centenar de relatos (algunos dirían microrrelatos, que yo acepto si se le quita cierto halo peyorativo que ciertos escritorcillos utilizan para desprestigiarlo), cabe todo el universo literario de Bernhard. En esas líneas breves está todo el compendio de las buenas historias, sin adornos, sin artificios, sólo la palabra como portadora del mensaje. Bernhard capta el instante, el segundo exacto donde todo toma su pleno significado, y lo hace de la forma magistral de los grandes escritores, estos es, sin que parezca que eso sea en realidad difícil. El estilo de Thomas Bernhard es característico y personal, reiterando la construcción del relato, con imágenes opresivas a veces y atmósferas explosivas por la realidad palpable de sus evocaciones.



El nexo que une las narraciones no es otro que la crueldad del ser humano, la infinita capacidad de provocar dolor, muerte, soledad o tristeza que poseemos. Muchos de estos relatos son recuerdos personales, otros sacados de las crónicas de sucesos, bien reales o inventados; muchos de ellos, a buen seguro, resultado de la memoria de su etapa como cronista de juzgados, pero todos ellos con el sello característico de su voz, que como una erupción nos llena de reflexiones y reveladores significados ocultos. La violencia como característica inefable, como ligazón triste y propia del hombre, como fondo cotidiano de nuestra condición. Un instinto que sacamos cuando vemos nuestras expectativas insatisfechas, cuando sentimos peligrar nuestra pobre precariedad que creemos irresoluta y verdadera, el hecho sorprendente de que no seamos capaces de aceptar que somos únicamente hombres.

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